¿Qué hace una mujer sola en un parque o frente a una iglesia, vestida de blanco y armada de un gladiolo? ¿Qué hace en Pedro Betancourt Gloria Amaya, enferma en su casa en ruinas, desvelada y atenta a los ruidos de la noche y al vaivén de la puerta? Y en La Habana, ¿a dónde van Elsa Morejón y Alida Viso en un Packard del 48 que echa humo negro por el techo con unos paquetes de medicinas y unos libros?

Ellas dos van a la cárcel donde están enfermos y acosados sus maridos y, como todas las otras, lo que hacen es defender a la familia, luchar por el amor y decirle al mundo que no se quedarán en silencio mientras la dictadura tiene en los calabozos a unos hombres inocentes que trabajaron pacíficamente, con inteligencia y resolución, para que Cuba se quitara del corazón la Makarov montada.

Son las Damas de Blanco, las madres, las esposas, las hijas, las novias, las sobrinas, las hermanas de los presos políticos y de conciencia. Quieren que sus familiares salgan de las cárceles donde pasan hambre y sed, donde se les maltrata y viven en peligro rodeados de violencia y amenazados por enfermedades.

Mientras otros se esconden o aplauden, ellas van a las calles a arriesgar su libertad por conseguir la de los hombres que aman. Se reúnen a leer poemas y las cartas de los condenados y a compartir la amistad y la pobreza con un té azucarado en un pequeño hogar de Neptuno en la que las recibe Laura Pollán.

Allí no hacen planes secretos para tomar el poder mediante un golpe, ni redactan panfletos políticos. No se dedican a mentir con voluntad de autómatas, ni a insultar a los insultadores profesionales a quienes el régimen regala unas gorras de periodistas. No. Ellas, las Damas de Blanco, escriben documentos objetivos y sobrios al mundo entero para que el mundo entero sepa lo que pasa a unos kilómetros de Varadero; al este de La Habana; en Mar Verde, en la cuna del son y en más de 200 puntos del país donde están las prisiones.

No han asaltado ningún cuartel. No han puesto 100 bombas en una sola noche. Ninguna tiene idea de lo que es el fósforo vivo o muerto. No han encendido cañaverales. Han encendido velas para darle luz a las plegarias que elevan en un murmullo, en un rumor que no se ha detenido desde la primavera del año 2003.

Las Damas de Blanco no vociferan. No salen con palos y cabillas a agredir a otros cubanos en nombre de una ideología agotada y de los perdedores atrincherados que ordenan, desde sus residencias de lujo y sus capitanías refrigeradas, que corra la sangre y se manchen las manos la gente sencilla y noble que pasa por la vida en un viaje que no vale la pena, las penas.

Ellas lo único que hacen es luchar porque los familiares vuelvan a las camas vacías, a los tronos humildes de las butacas de las salas, a las mesas donde el mantel parece ahora una llanura y el vaso un pozo brujo.

Necesitan que los niños no sufran. Que no sigan con la imagen del padre en la cabeza como una sombra gris, sin movimiento, ni calor, ni voz, en las fotografías que ya comienzan a envejecer y a no parecerse al hombre real que vive detrás de las rejas, los muros y las cercas de las cárceles.

Se trata de un grupo de mujeres solas, vestidas de blanco. Y tienen a los opresores fotografiados sin careta y con los cuchillos en el aire.

Pero las Damas de Blanco, con sus oraciones, su paso lento y silencioso los domingos por la Quinta Avenida, las flores, los poemas, las cartas y los dibujos de los niños, sustancias intangibles y nobles, lo que quieren es la libertad de los hombres de sus casa. Que regresen vivos. Ellos están allí, en las prisiones, sólo porque han querido la libertad de todos.

Autor: Raúl Rivero
Lugar: (Publicado en el Nuevo Herald)