Bajo las sombras largas del totalitarismo en Cuba, nuestro régimen ha confraternizado con algunos de los más sobresalientes represores o terroristas de estado que registran hoy los anales del oprobio mundial. Muchos de ellos fueron acogidos aquí en visitas oficiales. Y muchos recibieron condecoraciones en actos solemnes, celebrados ante la imagen de José Martí.

De sobra conocido es que durante casi medio siglo la Isla constituyó refugio y escuela de etarras y guerrilleros, así como de la más diversa laya de subversores de la paz y de las normas democráticas en sus respectivos países. También se sabe que más de un asesino internacional prófugo y más de un narcotraficante en desbandada se han paseado entre nosotros como Carmelina.

Sin embargo, resulta que ahora la televisión cubana –oficialista, ya que es la única que al parecer nos merecemos- pretende poner en evidencia la honradez de las Damas de Blanco utilizando fotos y grabaciones en las que algunas de estas sufridas madres y esposas de nuestros prisioneros de conciencia aparecen cerca del jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, o intercambian conversación con una congresista cubano americana.

Desde la propia pretensión de los propagandistas del régimen salta a la vista su retorcida forma de ver y respetar el derecho a la libertad de acción y expresión entre los humanos. No se limitan a considerar como un delito y una actitud antipatriótica que alguien de aquí coincida en una foto o converse con personas que no piensan como ellos, sino incluso creen que nada más necesitan para convencer a la gente de que quien así actúa –sólo por eso y nada más, ya que de nada más ofrecen pruebas- es un mercenario y un farsante.

No hay que perder el tiempo buscando en los archivos de programas emitidos por la televisión cubana un simple párrafo, una imagen sobre la escalofriante masacre en la Plaza de Tiananmen, o sobre los gulag soviéticos, o sobre los exterminios étnicos de Hussein y Milosevic, entre otras lindezas consumadas por sus cúmbilas. En cambio, es posible conocer los pormenores de una conversación telefónica o ver imágenes intrascendentes, tomadas, por demás, violando los más elementales derechos de privacidad. Y encima debemos aceptar que nos están mostrando pruebas de una gran conspiración antipatriótica, con mujeres sencillas y nobles como peligrosas agentes del enemigo.

Demasiado ciego o desalmado habrá que ser para tragarse el cuento de que un grupo de madres, esposas, hermanas desesperadas ante el encarcelamiento de sus seres queridos reclaman justicia por el mero hecho de ganarse unos dólares. Únicamente a partir de aquel viejo principio de que cada cual es según concibe al prójimo, se admite no ya la manipulación de estos pobres vendedores de globos patrioteros, sino la aceptación de una barrabasada tan barata.

Autor: José Hugo Fernández (publicado en Cubanet)