Todos los sábados visito a mi madre que reside en el reparto Víbora. Mi hermana es divorciada y vive en la casa de mi madre con sus dos hijos adolescentes. Cuando llego a la casa no paro de conversar, ya que quiero compartir con mi familia el sufrimiento que estoy pasando, el hostigamiento y las amenazas de los agentes de la Seguridad del Estado, por el solo hecho de pedir la libertad de los presos del Grupo de los 75. Cuando me voy, al anochecer, dejo atrás el calor del hogar y regreso a la soledad de mi pequeño apartamento en el cual nadie me espera, porque no tengo hijos y mi esposo está encarcelado.

Cuando llegué a la casa aquel sábado encontré a mis hermanos que visitan a nuestra madre periódicamente, aunque muchas veces no coincidimos. Al verlos me alegré y me sorprendí al mismo tiempo. Por mi cabeza jamás pasó la imagen del sábado feo que me esperaba. Pensé que se trataba de una obra de Dios haber coincidido con mis hermanos sin habernos puesto de acuerdo. Desgraciadamente no fue obra de Dios, sino del diablo, es decir de la Seguridad del Estado cubano.

Los agentes habían visitado y amenazado a mi familia en días anteriores. “Dolia está vieja –dijeron- y no va a resistir la prisión. Está en peligro de caer presa de un momento a otro si sigue en las actividades en la iglesia de Santa Rita y camina después por la Quinta Avenida”.

Las amenazas hicieron su efecto en mi familia porque temían por mi vida pues, al parecer, las Damas de Blanco representan una amenaza por la forma tan violenta en que nos están atacando.

No podía tolerar que los agentes usaran a mi familia para hacerme abandonar la marcha de los domingos por la Quinta Avenida con las Damas de Blanco.

Al regresar a mi soledad reflexioné en el daño que ha causado y causa en los ciudadanos la Seguridad del Estado. Invadir la casa de una anciana enferma de cáncer para atemorizarla es algo tan inhumano que no encuentro palabras para definirlo.

Autor: Dolia Leal Francisco (publicado en Cubanet)