Un mundo de mentiras (publicado en Cubanet)
En una de las tantas ocasiones en que me han tenido durante semanas completamente aislado en celda de castigo, estaba tan alejado del resto de la población penal que montaron una guardia solamente para mí.
Como la mayor parte del tiempo, en aquel rincón del área 3 de la prisión provincial de Pinar del Río, sólo estábamos el funcionario de turno y yo, logré entablar conversación con él en varias ocasiones sobre la realidad nacional e internacional. No había ojos ni oídos que vieran y oyeran, ni lengua que luego informara que hacían algo que les tienen terminantemente prohibido.
Uno de los funcionarios, militante del Partido Comunista y muy revolucionario, según él, me aseguró estar bien informado pues veía los noticieros y las mesas redondas, de la Televisión Cubana, y leía diariamente la prensa y que estaba muy seguro de lo que defendía.
Después de varios debates que sostuvimos se derrumbaron sus flacas defensas. Una mañana me sorprendió con lo siguiente: “Ferrer, cuando venga la democracia esa que tú me dices, ¿cómo será el trabajo y el sueldo de nosotros? Tú sabes que yo nunca he sido abusador.
En una de nuestras primeras conversaciones me había dicho lo mucho que agradecía a la Revolución y al Ministerio del Interior que le dieran un sueldo superior al de un médico o un ingeniero.
En ese mismo lugar otro funcionario me contó, muy confidencialmente, que tenía un familiar en Estados Unidos que había venido de visita y que como tienen que informar a la jefatura sobre cualquier relación con personas que vivan en el extranjero, para evitar cualquier complicación, mandó a decir al sobrino que no le visitara, que él pasaría luego a verle. Así lo hizo, al amparo de la noche, cuando sólo estaban presentes dos familiares más de plena confianza. “Pasé un buen rato con él”, me dijo, “me regaló 50 dólares que muy bien me cayeron, con ellos me compré una grabadora”.
En una ocasión en que el relevo llegó 8 horas después de lo establecido, el funcionario que sufrió la demora le reclamó en términos duros al que llegaba tarde. Este argumentó que la culpa no era de él, sino del transporte que estaba muy malo. Cuando se fue el que había terminado su turno, el entrante me dijo: “Yo sé que no es fácil que lo releven a uno tan tarde, pero él sabe que no debe reclamarme delante de ustedes, vienes tú y lo sacas por Radio Martí y la Seguridad lo truena”.
Encontrándonos Juan Carlos Herrera Acosta y quien suscribe en huelga de hambre en la prisión Kilo 8, en Camagüey, nos confinaron en celdas de aislamiento sin una gota de agua para tomar o asearnos. En protesta por aquello comenzamos a gritar frases contra el régimen.
Terminaron mandando a un suboficial a que nos diera sólo un vaso de agua a cada uno. El hombre quiso hacerse el buen consejero y tuve que llamarle la atención sobre los motivos que nos llevaron a declararnos en huelga de hambre, no de sed. Mientras le hablaba noté que miraba constantemente preocupado hacia la puerta que daba al pasillo donde se encontraba. Le reclamé un poco de educación, pues yo le había prestado atención mientras él hablaba y me respondió: “Es que si un jefe me coge hablando contigo de esas cosas me busco tremendo lío”.
Al año siguiente, en esa misma prisión, un reo común que quería ganarse el reconocimiento de la Contrainteligencia, para así lograr su traslado hacia otra cárcel camagüeyana de menor rigor, se hizo de una copia de las últimas denuncias redactadas por el prisionero de conciencia Juan Carlos Herrera Acosta, la selló y le pidió a un joven funcionario recién estrenado que se la llevara a una dirección en su pueblo, diciéndole que era una carta para su familia.
Inmediatamente informó a las autoridades que Herrera estaba sacando escritos de los presos políticos para la calle a través de un funcionario y que en esos momentos había uno de ellos con uno encima. El preso logró su traslado y al joven funcionario lo expulsaron del Ministerio del Interior después de humillarlo delante de sus compañeros. Desde ese día los pocos que se nos acercaban tomaron distancia también.
En su alegato La historia me absolverá, Fidel Castro expresó: «Por otro lado, los militares están padeciendo una tiranía peor que los civiles. Se les vigila constantemente y ninguno de ellos tiene la menor seguridad en sus puestos: cualquier sospecha injustificada, cualquier chisme, cualquier intriga, cualquier confidencia es suficiente para que los trasladen, los expulsen o los encarcelen deshonrosamente. ¿No les prohibió Tabernilla en una circular conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el noventa y nueve por ciento del pueblo?… ¡Qué desconfianza!… ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla!».
Autor: José Daniel Ferrer García, prisionero de conciencia