Todo parece indicar que hay cambios en la sociedad cubana. Hasta ahora son casi invisibles. El más importante es que Raúl Castro ha legalizado algunas críticas. Eso permite que la gente se desahogue, censurando las condiciones de la prisión sin cuestionar la prisión misma. Gente que no tiene absolutamente ninguna razón para estar presa está protestando porque les dan pocos pases y visitas matrimoniales. En Cuba, eso se llama progreso.

Hay que reconocer, sin embargo, que estas críticas, que muchos alarmados funcionarios consideran peligrosas para la estabilidad del régimen, nos permiten conocer los verdaderos sentimientos del pueblo cubano. En este sentido, la reunión de Ricardo Alarcón con los estudiantes de la Universidad de Santiago ha sido particularmente reveladora. Esos muchachos han hablado por millones de cubanos y por cientos de miles de jóvenes. Para sorpresa nuestra, todos parecen estremecidos por un patriotismo sentimental, afiebrado y violento. La prueba está ahí, filmada. Un joven estudiante increpó al presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular porque el gobierno no le permitía viajar a Bolivia para poder sollozar sobre la tumba de Ernesto Guevara. Alarcón, que comprende perfectamente la sinceridad de la demanda, debe de haberse sentido conmovido.

A mi juicio ese muchacho es sólo la punta de un iceberg. Estoy seguro de que es un verdadero delirio nacional, de una fiebre de admiración por los paladines de las luchas de liberación del mundo entero. Los estudiantes cubanos no sólo sueñan con visitar la tumba del Che (en Bolivia), sino también la de Carlos Marx (en Londres), la de Lincoln (en Washington), la de José de San Martín (en París), la de Garibaldi (en Roma), la de Rosa Luxemburgo (en Berlín), la de la Pasionaria (en Madrid), la de Juárez (en México) y la de Kossuth (en Budapest), por no hablar de la inspiración que significaría visitar el inmortal ejemplo de las Termópilas (en Grecia). Lo importante es que esté fuera de Cuba.

Tumbas aparte, los muchachos hicieron unas críticas devastadoras. Alarcón las respondió con su habitual inteligencia pero, antes de burlarse, hay que reconocer que ni él ni nadie podía darles una respuesta satisfactoria. O, más exactamente, nadie podía hacerlo partiendo de que el sistema es formidable y de que nadie puede soñar con cambiarlo. Uno de los jóvenes críticos se destacó demasiado y unos amigos (que él no conocía) se lo llevaron a pasear por La Habana. En el exilio, muchos creyeron que se lo habían llevado preso y se produjo una de las mayores movilizaciones que yo haya visto en la internet. No era necesario. Bastó un paseo por el Malecón y el Parque de la Fraternidad para que negara apasionadamente cualquier intento opositor. Le dijeron que nuestros problemas se tenían que resolver entre nosotros, en el seno amoroso de la revolución. Y él lo aceptó rápidamente. No conoce Villa Marista, pero ha oído hablar de ella (es una pena que no haya leído Cómo Sobrevivir Villa Marista en neoliberalismo.com).

Teóricamente, por supuesto, lo que le faltaba a ese argumento es que el régimen está tratando de «resolver» estos problemas desde mucho antes de que él y sus amigos nacieran. Otros pueblos, como el ruso, por ejemplo, llegaron a la conclusión de que el sistema no admitía reformas y que, sencillamente, había que echarlo por la borda. En fin. Quizás alguien nos acuse de impacientes. Después de todo, sólo llevamos 50 años tratando de explicar por qué no hay boniato en Cuba. Claro que estamos avanzando. Raúl ha nombrado una comisión de la Academia de Ciencias para que investigue el misterio y descifre el enigma. Quizás ellos soliciten la ayuda de técnicos en computación y es posible que, una vez graduados, los jóvenes de Santiago puedan dedicar sus vidas a esa noble causa. Después de todo, el supremo objetivo del socialismo es servir al hombre.

Bromas aparte, el caso de los estudiantes es sólo un síntoma entre muchos. Es toda la sociedad cubana la que está criticando, cada vez más abiertamente, una insoportable situación de estancamiento y asfixia. Que nadie lo dude, esto puede llevar a una explosión social. Nada más importante, en estas condiciones, que encabezar las demandas económicas de la población. Son eminentemente populares y tan irreprochables como querer ver la tumba del Che. Ir a la cárcel por ellas, en una situación de crisis, es un riesgo aceptable.

En todo caso, los estudiantes hicieron unas críticas muy valientes y tuvieron su momento de fama. Que hayan querido terminar sus carreras es natural. Los hemos defendido y, pese a las dolorosas acusaciones de «manipulación», comprendemos que están bajo presión. Que nadie lo dude, los defenderemos siempre. No es fácil ser opositor en Cuba. Razón de más para reafirmar nuestra admiración por Marta Beatriz, por Vladimiro, por Payá, por las Damas de Blanco y por todos lo que asumen ese duro papel dentro de la isla. Ellos son nuestros héroes.

Autor: Adolfo Rivero Caro (publicado en El Nuevo Herald)