La gran mayoría no estábamos preparados para este tipo de catástrofe, pues nos faltaban recursos como clavos, madera, martillos y otros útiles necesarios para preservar viviendas y artículos domésticos, situación que facilitó la destrucción parcial o total de casas y otros inmuebles tras el paso del fenómeno climatológico.

La situación se hace más grave producto a la escasez de víveres y la despreocupación del gobierno a la hora de enfrentar desastres como este.

El discurso triunfalista que transmiten funcionarios y periodistas del régimen por las emisoras nacionales y locales dan la sensación de que todo está resuelto y la calma reina entre la población, cuando verdaderamente las personas están desesperadas por las pérdidas de sus pertenencias.

Además, los alimentos que venden en las redes astronómicas son efímeros y a su precio normal. En la ciudad de Holguín sólo un establecimiento está ofertando pan y por divisa. Existe escasez de agua potable, no hay fluido eléctrico en algunas zonas y por lo tanto no se pueden elaborar alimentos, todo gracias a la revolución energética.

En varias localidades no ha hecho acto de presencia ninguna autoridad gubernamental, e incluso, ni en casas particulares donde hubo decenas de evacuados.

Realmente el panorama que hoy presenta la provincia de Holguín, y casi todo el archipiélago cubano, es desolador. A esto se suma la negativa del régimen de La Habana a permitir la entrada a Cuba de expertos norteamericanos para evaluar los daños y así canalizar la ayuda directa a los damnificados, quedando demostrado una vez más la poca importancia que da el gobierno a sus ciudadanos. Por supuesto, que esa nomenclatura no carece de nada.

Al final, quedan los rostros tristes y la desesperación de aquellos que no son dirigentes de empresas estatales -para poder resolver (substraer) materiales de la construcción para reparar sus destruidas viviendas-, los que no poseen CUC, los cubanos de a pie, los humildes que tendrán que seguir escuchando mentiras y promesas, y por último, internarse en un albergue o la casa de un familiar a esperar un milagro de Dios o la muerte súbita de lucifer.

Lo que sí es real, es que gran parte de la isla ha sido devastada por tres huracanes: dos de reciente paso, el Gustav y el Ike, y un tercero de categoría 50, que lleva azotando esa misma cantidad de años a este pobre país.

Autor: Juan Carlos Reyes Ocaña (publicado en Misceláneas de Cuba)