Aquí lo llaman sacrificarse o «resolver», pero a los de fuera nos parece magia. Algo así tiene que haber detrás del hecho de que gran parte de los padres cubanos estén recuperando el viejo ritual del 6 de enero para que sus niños reciban esa mañana un regalo que en muchos casos supera o multiplica el salario mensual. Los Reyes más Magos son los de Cuba.

Un paseo por algunas de las principales tiendas de La Habana nos confirma lo que ya el año pasado se reconoció sin tapujos. Después de los duros años del período especial tras el fin de la URSS y cuando se cumple un decenio de Navidades oficialmente reconocidas a raíz de la visita del papa Juan Pablo II, la fiesta de Reyes resurge en la isla de la Revolución. Las vísperas del 6 de enero de 2007 fueron las de mayores ventas desde tiempos inmemoriales. Este año no es para menos.

La juguetería del centro comercial Quinta y 42, en el barrio habanero de Miramar, está que se sale desde mediados de diciembre. Literalmente. Una de las empleadas se dedica exclusivamente a regular el tráfico de clientes abriendo y cerrando la puerta con llave. En el exterior guardamos una cola de 15 minutos. Ya dentro, las expresiones son de excitación y desconcierto. Algunos padres acuden acompañados de sus hijos. Como Yamireli Quintana, que va con su niño. «Quiere una pistola de las de pilas, pero no la encuentro por ningún lado. ¡Ay, me tiene loca!», se queja; más en bajito, me cuenta que está aprovechando para tomar nota de otros posibles regalos.

En Galiano, la calle donde se alinean las viejas glorias del comercio habanero, el bullicio es mayor que de costumbre. Entramos en La Época, los grandes almacenes que mercenarios de la CIA incendiaron meses antes del frustrado desembarco en Bahía de Cochinos en 1961. Una dependienta de la sección de Perfumería nos aclara que aquí los Reyes son sólo para los niños, así que su departamento vende estos días más o menos lo mismo que en otras épocas del año.

La juguetería de La Época es una de las más concurridas de La Habana. Por suerte está en la primera de las cinco plantas comerciales del edificio: la escalera mecánica está averiada, como casi todas en La Habana, y para coger el ascensor hay una cola que asusta. Los precios de los juguetes son perfectamente visibles, lo que rápidamente espanta a una parte de la clientela. El personal de la tienda se asombra pese a todo con el éxito de los que se han convertido en productos estrella del año, todos ellos rodantes: un modesto pero resultón monopatín de 15,6 pesos convertibles o CUC (12 euros), unos juegos de patines de línea con casco y conos a 23,15 CUC (18 euros) y sendos modelos de bicicletas a 75 y 89 CUC (59 y 70 euros).

Los patines han volado. «Esta mañana teníamos 25, y ahora mire», indica la dependienta. En efecto: son las cinco de la tarde y ya sólo quedan cuatro pares. En la tienda hay por supuesto juguetes más sencillos y baratos de esos que triunfan siempre, como las muñecas, las pistolas y espadas y los juegos de construcción. Pero también se ven ofertas fallidas: «Esas balsicas de ahí (unas colchonetas plásticas de dudosa factura) no las quiere nadie». Claro: valen 18,9 CUC (15 euros).

No hay que olvidar cómo andan los salarios en Cuba. Aquí un médico o un ingeniero ganan el equivalente a unos 15 a 18 euros. Sin remesas de familiares residentes en el exterior, propinas del turismo o pequeños ingresos extra por el sistema de estímulos, los Reyes no son Magos sino sencillamente imposibles. Aún con estas ayudas, o incluso con las rentas adicionales que a menudo se sacan de apaños y chapuzas, los regalos requieren grandes sacrificios. Pero «raro es el pequeño que se queda sin nada», asegura un parqueador o aparcacoches oficial de la calle Galiano, en sintonía con lo que hemos visto.

La oferta de juguetes en Cuba es limitada. Cuando preguntamos adónde deberíamos dirigirnos para comprar una consola, nos responden: «¿Consola? ¿Qué es eso?». Tratamos de explicarlo y la empleada de La Época cae de repente: «¡Ah, usted se refiere a eso de la Play! Y aclara: «No, mire, eso lo traen si acaso los familiares que viven en el extranjero». Y eso es lo que ocurre con todos los aparatos electrónicos sofisticados, que por otro lado garantizan un abrumador éxito social a los afortunados niños a quienes se los regalan. Una clienta espontánea comenta el caso de un vecino suyo que es piloto de Cubana de Aviación y el año pasado le trajo una moto eléctrica a su pequeño de tres años. «No sabe lo que fue aquello. ¡Pobre nene! Todo el vecindario salió a mirar».

En Cuba, donde Santa Claus sólo sale en las películas, la ilusión infantil por los Reyes Magos no es menor que en el resto de países hispanos con esta tradición. Hay menos dinero para regalos. Hay menos productos para convertir en regalos. No todas las familias pueden seguir el ritual y ni siquiera todas quieren. Sus Majestades no salen en cabalgata ni se patean las zonas comerciales. Además, el 6 de enero no es festivo y la celebración se tolera con menos entusiasmo que cautela, como el año pasado dejó claro el diario Juventud Rebelde: «Aunque nadie ve como una herejía celebrar la festividad de los Tres Reyes Magos, lo peligroso sería que con ella se acentuaran patrones consumistas y diferencias sociales», advertía el texto. Pero la mayoría de los padres cubanos siguen una filosofía más simple: hacen lo que pueden por ver a sus hijos contentos.

Autor: Fernando García (publicado en La Vanguardia)