La Voz de Galicia-Leoncio González
La persecución de los que disienten en la isla, a quienes se encarcela, se aísla o se empuja al exilio; el cerrojo informativo sobre lo que se comunica al exterior y la simpatía de la que aún gozan los Castro a este lado del mar, han forjado la impresión de que en Cuba no existe oposición y de que los únicos que discrepan del régimen son los nostálgicos establecidos en Miami o agentes de EE.UU. que han hecho del anticastrismo un modus vivendi . Sin embargo, la realidad no es tan esquemática.

Una investigación reciente de Carl Gershman y de Orlando Gutiérrez, publicada en el Journal of Democracy , revela que los grupos de resistencia cubanos tienen hoy mayor amplitud que los movimientos democráticos de Europa central hace dos décadas y que, a diferencia de estos, básicamente formados por intelectuales, en la isla han echado raíces en otros sectores de la sociedad, como la enseñanza, el mundo del trabajo y el profesional. No se hallan todavía en posición de desafiar a la dictadura. Pero tienen capacidad, sostienen los autores, para transmitir su ideario a muchos más cubanos que los que desearía el Gobierno.

La mejor manera de describir a estos grupos es pensar en una constelación, por su carácter atomizado. Más o menos organizadas, conviven en su interior las principales corrientes que albergan los parlamentos europeos, desde la democracia cristiana a la socialdemocracia, pasando por los liberales. Los hay que se preocupan más por los derechos humanos, quienes batallan contra el deterioro ambiental y los que ponen el acento en la defensa de los intereses de los trabajadores.

Pero coinciden en algunas cosas como la no violencia, la recuperación de la figura y el pensamiento de José Martí, la denuncia de las barreras raciales que discriminan a los afrocubanos y la convicción de que el futuro saldrá de dentro y sin imposiciones del exterior.

Unidad de acción
Es un hecho que la disidencia carece de una estructura centralizada capaz de dotarla de unidad de acción, como la que se creó en España antes de morir Franco en torno a la Junta Democrática. Ello puede explicar la falta de reacción a la pereza de que ha hecho gala Raúl Castro en su primer año al frente del Estado, congelando cualquier reforma de envergadura.

Pero eso no quiere decir que no salga de las catacumbas. Su actuación no es ajena a la aparición de un movimiento cívico, cuya expansión describe gráficamente la blogger Yoani Sánchez al decir que «el grupo de los insatisfechos aumenta y el grupo de los que aplauden no aumenta». «Cada día me topo con alguien que se ha desilusionado y le ha retirado su apoyo al proceso cubano», añade, para concluir que no conoce a nadie «que haya pasado del descreimiento a la lealtad, que comenzara a confiar en los discursos después de años de criticarlos».

La existencia de este movimiento, del que a veces se tiene noticia en Europa por acciones puntuales de las Damas de Blanco o por campañas como la reciente contra la cooperación ordenada por el partido, mueve las agujas del tiempo político en dirección contraria a la que les imprime el menor de los Castro. De hecho, supone el reto principal para la supervivencia del régimen que lidera.

La razón es que si cuenta con los demócratas para canalizar sus aportaciones, tendrá que dotarse de mecanismos de participación más plurales que, antes o después, chocarán con las inercias del inmovilismo. Pero si opta por dejarlos fuera de las instituciones, como están ahora, arruinará toda posibilidad de evolución creíble. En este caso, tendrá que seguir confiando en la represión. Esto hará crecer la desafección y, a la larga, minará la base social que todavía sigue fiel a los Castro.

Enlaces: Solidaridad Española con Cuba

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Autor: La Voz de Galicia-Leoncio González