Dice Waldo Fernández en su artículo La Cuba que conocí, que le dio alegría y tristeza leer ¿Dónde están los nuevos cubanos?, de Gloria Leal: «Alegría por ver cómo todavía alguien quiere pensar en una Cuba libre. Tristeza por ver lo lejos que la autora está de la realidad».

A mí, ambos artículos me dieron tristeza. El de Gloria Leal por casi extender el certificado de defunción de Cuba junto con el de una generación. El de Waldo Fernández por confundir patria con dictadura.

La patria pudo parecer excluyente, dominante y huraña. Exigía sacrificios y todo parecía poco. Se tornó un campamento militar donde pedían el carné de identidad a cada paso y los policías gesticulaban con las tonfas. No era la patria. La patria es una cosa y los que se arrogaron su monopolio otra bien distinta.

Pero la solución no era irse y «dejarle esa Cuba a los que aplaudían», porque no eran todos los que aplaudían y chivateaban.

Hoy, lo que se corrompe y va a la bancarrota no es la patria, sino un sistema que también naufragó en otros mares de locura.

¡Duro destino el que nos ha tocado a los cubanos (a todos los cubanos) como pueblo! Es nuestro castigo por querer usar una talla de protagonismo extra larga. Por dividir a Cuba entre Miami y los discursos de Fidel Castro como si no hubiera más Cuba.

Nada conseguiremos mientras no hagamos otra cosa que lamentarnos del pasado perdido y del futuro anunciado que no llegó.

Nada nos aportará el odio. Tantas décadas lo han ido agotando, pero todavía queda más del que puede soportar la salud de una nación.

Se acaba el tiempo de «los históricos» de las dos orillas. Los del exilio de Miami y de los comandantes de la Sierra Maestra. La vida tiene sus leyes. Las de la historia se pueden dislocar, las de la biología no.

Los nuevos cubanos, con sus virtudes y defectos, están en Cuba, en Miami, Madrid o donde quiera que estén. Ellos harán la patria nueva. Juntos, los de aquí con los de allá.

Del único material que dispondrán para construirla será el amor. Y contra el amor nada pueden las dictaduras, los intolerantes ni los embargos. Si es con todos y para todos, vengan ideas nuevas, proposiciones y sugerencias.

Sería bueno empezar a enterrar desde ahora lo rencores y las intransigencias que no sirvieron de nada. Ensayemos un idioma en el que nos podamos empezar a entender entre cubanos. Sabemos que no será fácil. Convertir los sueños hermosos en realidades nunca lo fue.

Abran las puertas de las prisiones. Quememos en el patio los edictos y los uniformes. Firmemos la paz con los muertos y luego, para celebrar, mantel y cubiertos para toda la familia y los vecinos. Vayamos colando el café. Venga la botella de ron. Habana Club o Bacardí, que más da. ¿Ponemos a Celia, al Benny o a Los Van Van?

Primero, debemos tener claro de donde venimos y hacia donde vamos. Los cubanos de acá, huérfanos de derechos y libertades, tutelados por un estado autoritario, paternal y chantajista, temen el cambio pero detestan su desesperanzadora cotidianidad. Los de allá, se ahogan con la nostalgia o sueñan con un pasado imposible.

Los de aquí y los de allá, todos nos ahogamos. Una montaña de odios, ilusiones y supercherías nos ocultan a la patria. Para hallarla, sólo hay que apartar los escombros y regarlos con amor y esperanza.

Basta de esperar que otros nos saquen las castañas del fuego. Por suerte, no lo harán los demócratas ni los republicanos, ni Chávez ni Bush.

Basta de esperar. Que empiecen los cambios. Hablen del guarapo y el congrí y no del modelo chino. Que se aparten y aprendan a nadar los miedosos y los sinvergüenzas.

Preguntaba Waldo Fernández de qué patria estamos hablando. Pues de la única que hay. Buena o regular. No hay otra.

No importa lo que hayamos gritado ni si teníamos la razón. Si se cumplieron nuestros sueños o no. Nuestros hijos merecen una oportunidad que no dependa de consignas que hablen de muerte, de balsas o sorteos de visas. De nosotros todos dependerá la patria que hereden.

luicino2004@yahoo.com

Relacionado:

¿Dónde están los nuevos cubanos? / Gloria Leal, El Nuevo Herald
La Cuba que conocí / Waldo Fernández, El Nuevo Herald

Autor: Luis Cino
Lugar: Cubanet