Tiene que surgir pronto otra sentencia que retrate, con esa misma pureza, el comportamiento de los visionarios y optimistas que quieren, necesitan –o están obligados por mandatos de sus ideologías y otros intereses– a ver bonanza y mejorías donde la maldad, la violencia y la miseria han establecido un señorío.

Ese es el caso de observadores locales, internacionales y cósmicos de la realidad cubana. Hay algunos que procuran edulcorar su mirada a la dramática situación que vive esa sociedad con una exhibición de maromas basada en la ambigüedad de los números.

Vean, exclaman alborozados, en la misma fecha del año pasado había en las prisiones cuatro presos más. Vean, en las cárceles de occidente se han dejado de dar dos golpizas este semestre y en vez de agravarse la salud de otros nueve prisioneros, se reportan de gravedad nada más que seis. Pasen, pasen y observen que en el último mes sólo se ha acosado a catorce familiares.

Es la alegría inducida por las matemáticas, una ciencia exacta que no tiene exactitud a la hora de cuantificar el sufrimiento humano y no alcanza a dar porcentajes aproximados del dolor.

Es el alivio hallado en la perfección del cero. Un espacio vacío, la nada. Un cuchillo sin cabo y sin hoja que no refleja el rostro de un ser humano y no conoce la fórmula de la emulsión para hacer un retrato de familia.

Es un ejercicio de ocultismo mediante una ristra de operaciones de suma, resta y multiplicación que tiene el propósito de convocar una ilusión de caballo capado.

Se trata de hacer creer que se avanza y que los carceleros han comprendido que están en un error. Se trata de promover la ensoñación de que va a aparecer de pronto una mañana sin almanaque en la que los verdugos, con la banda sonora de una canción de la nueva trova, recién afeitados, sonrientes y comprensivos vendrán con sus llaves y unos remedios en las manos para devolverle la libertad y la salud a todos.

Hay otros –¿o son los mismos?– que ven las mejorías en el hecho puntual de que, por el momento, no se aplique la pena de muerte. Son políticos y diplomáticos, personas de bien y de modales.

Son hombres de estudios, gente graduada con títulos de oro en varias disciplinas que, sin conocer los sumarios, sin asistir a los procesos judiciales y sin tener en cuenta el concepto de justicia que maneja un tribunal que es juez y parte, se dan con una toga en el pecho (escuchad el tintineo de las medallas) porque los magistrados revolucionarios han sustituido el paredón por una pena de cadena perpetua. O a 30 años, si hay cuerpo que resista esa condena en las condiciones carcelarias de Cuba.

Con esas sombrillas de papel biblia, con esas capas sutiles de arrogancia y diplomacia de fonda china y bar del puerto se gana un tiempo, el mismo tiempo que les quitan a las vidas de los cubanos. Esa es la labor que realizan los maromeros de los números.

Sí. No hay por ciego que el que no quiera ver. Ni peores visionarios que los cómplices voluntarios de las dictaduras.

Autor: Raúl Rivero (publicado en procubalibre.org)