Cuba es tierra arrasada. Tras el paso de los huracanes Ike y Gustav, el gobierno cubano reconoció que carece de recursos para encarar la catástrofe: 340.000 viviendas han sido destruidas; las cosechas han sido arrasadas y las infraestructura energética está en el piso, el hambre y las epidemias amenazan.

Los damnificados pernoctan frente a los escombros de sus casas. El desabastecimiento es general. Se han perdido 700.000 toneladas de alimentos. Muchos pueblos y ciudades se hallan sumido en total oscuridad. La gente deambula por las carreteras hacia el campo en busca de qué comer. La situación es desesperada, tanto, que La Habana con aparente humildad pidió a Washington levantar temporalmente las restricciones para la compra de materiales de construcción y acceso a créditos:

«Si el gobierno de Estados Unidos no desea hacerlo definitivamente dice la nota oficial, el de Cuba solicita que al menos lo autorice durante los próximos seis meses.»

En realidad, Ike y Gustav sirven a la dictadura cubana de excusa para presionar a que EEUU retire el embargo a la isla. La Habana se niega a recibir los 5 millones de dólares que ofreció como ayuda Estados Unidos. Las disidentes Damas de Blanco han pedido al gobierno de Raúl Castro que reciba todas las ayudas, sin tener en cuenta el perfil político de quienes las envían, pero insisten que sean organismos no gubernamentales quienes la distribuyan.

La dictadura no reconoce las viviendas se estaban cayendo, por 50 años de abandono, ni que la infraestructura económica de la isla estaba en ruinas antes de los recientes ciclones. No reconoce que Ike y Gustav sólo ahondaron los daños provocados por el huracán categoría 5 que ha azotado a Cuba por medio siglo: Fidel Castro.

Pero no es aún la hora del juicio, ni de condenar a los culpables, sino de ayudar a nuestros hermanos.

Autor: Armando López (publicado en The Jersey Journal)