Ser disidente en Cuba va más allá de una pasión o un sueño. Es aprender a vivir con el miedo y controlarlo en las sombras de la marginalidad de los que no piensan como dictan las reglas absurdas, impuestas por más de cincuenta años.

Ser disidente es renunciar al coro oficialista, a los aplausos en las congregaciones planificadas y a los bailes de complicidad en los días de fiesta señalados por la minoría que gobierna.

Los disidentes cubanos son los únicos que desde adentro, a pesar de estar en desgracia total con las autoridades, logran establecer códigos de entendimiento con la mayoría gobernada, y en tono bajo, como un inocente susurro de esperanza, dialogan con las multitudes que los van apoyando poco a poco.

Pero el miedo siempre hace acto de presencia, está en el enfrentamiento a las medidas contraproducentes y a las sanciones que van desde multas titánicas hasta la privación de la poca libertad existente.

El miedo se rumia con la escasa comida racionalizada y se aprende a digerir. Es el aliado en las sombras, camino a reuniones clandestinas en las que los mismos desatinos, en medio de las discusiones y aspiraciones soñadas, conforman la rutina diaria de las protestas.

Hay un diccionario de adjetivos inventados por los controladores de los medios para clasificar a los disidentes en Cuba. Les tiran sobre sus espaldas las ignominias más rebuscadas con el propósito de herirles el decoro que levantan con sus voces de inconformes. Todo está prohibido para ellos en medio del reino de las prohibiciones.

Y a pesar de los pesares recogidos en el camino de la batalla cotidiana, los disidentes siguen empeñados en buscar la luz al final del túnel.

En esta pequeña aldea global hay un oficio digno de reconocer como el más peligroso entre todos los oficios, más allá del peligro asumido por los matadores a sueldo, los trapecistas, los retadores de alturas, pilotos de guerra y soldados profesionales. Hablo de un oficio desempeñado por los sobrevivientes del vértigo que refleja la amenaza, una profesión ejercida por verdaderos retadores del momento y las circunstancias en que se vive.

Los disidentes llevan con humildad sus riñones bien puestos, mostrándole a los despiadados que se puede lidiar con el miedo, saltar sobre él cuando hay que hacerlo y expresarle a los que mandan que en la tierra existen más flores que serpientes.

A pesar de esa profesión de muerte que desempeñan esos rebeldes de estos tiempos, se sigue batallando frente al sol para de una vez y por todas conquistarlo.

Autor: Rafael Ferro Salas (publicado en Cubanet)