¿Dónde están los cambios estructurales?
El discurso leído por el Raúl Castro el 26 de julio eliminó cualquier esperanza de que efectúe los cambios estructurales y de conceptos que auguró un año antes. Destruyó las imprecisas promesas de la toma de posesión como Presidente del Consejo de Estado y el Consejo de Ministros el 24 de febrero pasado. Aunque dijo recientemente en la Asamblea del Poder Popular que había consultado con el Comandante en Jefe todos sus anuncios y contaba con su anuencia, las Reflexiones publicadas por éste deslucían cada uno de los pasos que intentaba dar. En la calle se comenta que Fidel Castro no sólo estuvo en el gran cartel y la dedicatoria del acto en Santiago de Cuba.
Como se conoce, los cambios acontecidos en realidad han sido surrealistas para cualquier ciudadano del Siglo XXI. Los cubanos pueden alojarse en los hoteles de su país, adquirir teléfonos móviles y computadoras sin acceso a Internet y algunas otras pequeñeces.
Hasta la tierra que con urgencia debe dar frutos para nutrir adecuadamente al pueblo, será entregada con muchas limitaciones e incertidumbres. Los comentarios, llamados bolas en Cuba, que circularon con fuerza sobre la liberación del trabajo por cuenta propia, la venta de autos y viviendas, así como la libre salida al exterior, no pasaron de ser las aspiraciones de cada cual, tan injustamente coartadas.
Fue la lectura de un discurso de barricada contra un enemigo yanqui que nunca llegará, con anuncio de ejercicios militares para demostrar al pueblo la fortaleza del poder y continuar infiltrándole el miedo desde la placenta todos los días de su vida, porque como dijera el mandatario el 71% de la población nació después de 1959, o sea, que no ha conocido otro gobierno ni otras posibilidades de vida.
Las duras condiciones y las carencias cotidianas no se resolverán, sino que tratarán de “reducir al mínimo las inevitables consecuencias de la actual crisis internacional para la población, a la que se explicará oportunamente las dificultades y así poder prepararnos para enfrentarlas”.
Parece que no sólo el embargo norteamericano tiene la culpa de la dilapidación y la incompetencia administrativa y productiva que han creado la crisis alimentaria y económica en Cuba, así como la imposibilidad de expresarse libremente y tener derechos humanos. Es la comunidad exterior en su conjunto.
Dentro de seis meses se conmemorarán 50 años de la llegada al poder del totalitarismo. Mientras Raúl Castro daba señales de sensatez para sacar la sociedad de la crisis general que agobia al pueblo, que ya no desea ni reproducirse para no prolongar sus sufrimientos, en la cúpula el egoísmo caduco y retrogrado se recuperaba.
Se analiza si es un chiste de mal gusto decir que “no obstante, debemos explicar oportunamente a nuestro pueblo las dificultades y así poder prepararnos para enfrentarlas”. ¿Es que hasta ahora no han existido dificultades, o no han sido suficientes? Pero más inverosímil resulta la afirmación de que “hay que acostumbrarse no sólo a recibir buenas noticias”. Con todas las calamidades auguradas, incluida la supuesta e improbable invasión norteamericana, y la única promesa real de morir, se están buscando las buenas noticias. Posiblemente, no se ha comprendido que serían la aspiración del totalitarismo de permanecer 50 años más en el poder.
Como quiera que sea, la represión no es la solución duradera, mucho menos cuando hay tanta frustración y jóvenes con aspiraciones de vivir dignamente. No se aminora la tensión social siquiera imponiendo el exilio con los sufrimientos lógicos de quienes tienen como única opción abandonar familia y patria para procurar mejor futuro. Llama la atención la salida feliz de tantos hijos de dirigentes, que posiblemente no aprecian garantías de impunidad perpetua.
Cuba no debe ser parcela particular de nadie. Raúl Castro tiene aún los medios para cumplir sus promesas y avanzar pacíficamente mucho más para beneficio de todos los cubanos.
Autor: Miriam Leiva