En el marco del centenario del crimen cometido contra cubanos negros en 1912, se han divulgado datos y hechos antes relegados por la historiografía. Esas informaciones —además de mostrar la forma incorrecta en que se trató el conflicto— ponen en evidencia varias similitudes con el presente, como es el capítulo protagonizado por las mujeres negras, a las que me permito nominar como Damas de Negro.

La historia de la rebeldía masiva de los negros en Cuba comenzó con el alzamiento de los esclavos de la mina de El Cobre en 1677, se repitió en el mismo lugar en 1731, se manifestó en la insurrección liderada por José Antonio Aponte en 1812 y en la Conspiración de la Escalera en 1844. Después, los negros se incorporaron a la Guerra de los Diez Años en 1868, a la Guerra Chiquita en 1879 y a la Guerra de Independencia de 1895. No obstante, en la República, ese sector continuó siendo víctima de la injusticia social y la discriminación racial.

Cerrados los caminos pacíficos, los negros optaron por la violencia. Participaron en la Guerrita de 1906 contra el intento de reelección presidencial de Tomás Estrada Palma y en 1907 fundaron la Agrupación Independiente de Color, la que renombraron en 1908 como Partido Independiente de Color (PIC). Las razones de la fundación fueron expuestas en Previsión, su órgano oficial, con las siguientes palabras: «Nada puede esperar la raza de color cubana de los procedimientos usados hasta aquí por los partidos políticos porque nada han hecho que pueda ser para nosotros apreciable… Vamos a demostrar que practicando una candidatura en la que todos sean de color, fuera de los partidos políticos, nadie podrá negar que por muy poca que sea la minoría que dé el resultado será siempre mayor que el alcanzado hasta ahora…»

En 1910 el Congreso de la República convirtió en ley una enmienda constitucional, según la cual: «No se considerará en ningún caso como partido político o grupo independiente, ninguna asociación constituida exclusivamente por individuos de una sola raza o color, ni por individuos de una clase con motivo de nacimiento, la riqueza o el título profesional», por lo que el PIC desarrolló una campaña dirigida a derogar dicha Ley, que desembocó en el alzamiento armado del 20 de mayo de 1912. La respuesta del gobierno fue la movilización de la Guardia Rural, del Ejército Permanente y de fuerzas paramilitares, unidas bajo el mando del general José de Jesús Monteagudo.

Algo más de un mes después del inicio del alzamiento, el 27 de junio, murió Evaristo Estenoz, su principal líder. A partir de ese momento el movimiento, ya debilitado, quedó controlado por las fuerzas gubernamentales. Las Garantías Constitucionales, que habían sido suspendidas, fueron restablecidas el 15 de julio. El 17 de julio, el General mambí Pedro Ivonnet, la otra figura más importante del alzamiento, fue capturado y muerto bajo la ley de fuga, lo que puso fin a una insurrección, que según cálculos aparecidos en el Cubano Libre, de unos 6.000 alzados, 3.500 habían caído en la contienda y 1.500 habían sido muertos por la fuerza pública en emboscadas y caminos.

Las Damas de Negro

Una vez sofocado el movimiento, comenzó la lucha cívica por la liberación de los encarcelados que, indistintamente, habían sido detenidos por sus relaciones con el alzamiento, habían depuesto las armas o habían sido capturados durante los encuentros armados. Para esa fecha el movimiento feminista, surgido en la Europa de fines del siglo XVIII, había tocado tierra cubana, donde la mujer, a pesar de haber tenido participación en los procesos políticos —como lo demuestra su presencia en la Guerra de Independencia, donde unas 25 alcanzaron altos grados militares, entre ellas una el grado de general, tres coronelas y más de veinte capitanas—, lo hizo casi siempre subordinada a roles definidos y trazados por los hombres.

Así, en correspondencia con esa cultura patriarcal y machista, el programa del PIC no contemplaba reivindicaciones de género, sin embargo, muchas mujeres negras se identificaron con las aspiraciones de sus compañeros, lo que se expresó mediante la constitución de comités de damas en todas las provincias del país. Esos comités, a semejanza de los clubes femeninos del Partido Revolucionario Cubano de fines del siglo XIX, tenían una presidencia de honor masculina, lo que no fue impedimento para que en sus reuniones y mítines, las mujeres se pronunciaran a favor de derechos femeninos como el voto y el divorcio, lo que las ubica dentro del movimiento feminista cubano.

En septiembre de 1912, esas mujeres negras, familiares de los sublevados —incluidas algunas de las que habían sido procesadas—, iniciaron una campaña dirigida a la aprobación de una ley de amnistía, es decir, de extinción de la responsabilidad contraída en el alzamiento. Esta iniciativa contaba al menos con dos antecedentes en Cuba: uno, cuando en 1861 el gobierno español amnistió a los conspiradores y permitió el retorno a Cuba de los exiliados; dos, cuando la amnistía decretada después del Pacto del Zanjón permitió a los cubanos exiliados regresar a Cuba, entre ellos figuras claves como José Martí, Juan Gualberto Gómez, Antonio Maceo y Calixto García.

Una de esas mujeres, Rosa Brioso Tejera, escribió al juez especial de Santiago de Cuba denunciando los maltratos a los presos en el Cuartel Moncada, acudió al secretario de Justicia y presidió una comisión de féminas que solicitó al gobernador Rafael Manduley, mediar ante el Congreso para que se dictara una ley de amnistía a favor de las prisioneras y prisioneros. Rosa viajó a La Habana, donde se entrevistó con diversos representantes de la Cámara. La amnistía no fue aprobada hasta el 10 de marzo de 1915, ¡pero fue aprobada!, algo que aún no se ha podido lograr para los actuales presos políticos.

Las Damas de Blanco

De forma similar, posiblemente sin conocer estos antecedentes, las esposas, madres, hijas, hermanas y tías de los 75 prisioneros encarcelados en marzo de 2003 —no por alzarse en armas, sino por hacer uso del derecho a la libertad de expresión—, inmediatamente después de la detención, ya en pleno siglo XXI, comenzaron a denunciar las condiciones de confinamiento y la depauperación sufrida por sus familiares en los interrogatorios y en los juicios sin las debidas garantías procesales. Estas mujeres han trascendido como las Damas de Blanco.

La principal diferencia entre los escenarios en que se produjeron las acciones de éstas y aquellas Damas, es que en materia de libertades cívicas Cuba ha sufrido un considerable retroceso, pues ahora las Damas de Blanco, además de que sus familiares no han sido amnistiados, son víctimas de actos de repudio, algo de lo que —al menos hasta ahora— las investigaciones historiográficas acerca de la matanza de 1912, no han arrojado evidencias.
Autor: Dimas Castellanos