Cuando el General Raúl Castro asumió el poder provisional a finales de julio de 2006 no pocos analistas nacionales e internacionales, al tanto de sus características personales y de la grave situación en que recibía el país, pensaron en la probabilidad del inicio de cambios económicos en Cuba.

El más joven de los Castro, a quien se atribuye pragmatismo, métodos de trabajo colectivo, planificación de los objetivos a alcanzar y, como él ha dicho en varias oportunidades ¨medir dos veces antes de cortar¨, inspiraba un optimismo cauteloso.

A esas expectativas originadas inicialmente se sumaron criterios vertidos en sus escasos y breves discursos, sobre todo el pronunciado el 26 de julio de 2007, donde se refirió con crudeza y realismo a los problemas existentes. Llegó a reconocer que los salarios percibidos por los trabajadores cubanos son insuficientes, el estado catastrófico de la agricultura cubana con la mayoría de las tierras cultivables llenas de malezas, así como anunció la posibilidad de realizar cambios estructurales y de conceptos.

Ese discurso, luego de discutirse ampliamente en todo el país, concitó esperanzas en amplios sectores sociales de que se realizarían cambios económicos, consistentes fundamentalmente en la liberación de las fuerzas productivas, factor indispensable para una mejoría sustancial de las condiciones de vida de los cubanos. Al asumir efectivamente como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros el pasado 24 de febrero, con un discurso realista admitió la existencia de prohibiciones absurdas, como él las calificara, que debían ser suprimidas. Manifestación que fortaleció las esperanzas de cambios.

Semanas después empezaron a tomarse medidas, que sin ser de gran calado, como la venta a la población de teléfonos celulares, computadoras y otros efectos electrodomésticos, así como el levantamiento de la prohibición a los cubanos para alojarse en los hoteles, hasta ese momento destinados únicamente a los turistas- todo mediante pago en pesos convertibles-, estimularon el crecimiento de las expectativas al ser interpretadas estas medidas como la antesala de reformas más importantes.

De hecho, algunos dirigentes expresaron a la prensa que pronto se entregarían masivamente tierras en usufructo a quienes las desearan cultivar. Mientras personalidades muy cercanas al entorno de Raúl Castro se pronunciaron abiertamente sobre la aplicación de medidas para facilitar la salida de los cubanos al exterior y su posterior regreso, entre otros pasos que hicieran algo más llevadera la vida de la población.

Lamentablemente, todos los cambios se han paralizado desde hace semanas y prácticamente la prensa dejó de hablar sobre las eventuales reformas. Por el contrario, se ha iniciado un proceso de persecución contra las personas vinculadas al sector emergente de la economía, que obligadas por las circunstancias actúan al margen de la legalidad impuesta por el gobierno. Asimismo, está en vigor una fuerte campaña contra las llamadas indisciplinas sociales, que realmente han crecido últimamente, y se intenta fortalecer el sentimiento sobre el peligro del enemigo externo y sus supuestos agentes nacionales.

Tal parece que está vigente una especie de contrarreforma, que impida el progreso de la sociedad cubana y los cambios estructurales y de conceptos, indispensables para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. A finales de abril, se realizó un pleno del Partido Comunista de Cuba, que luego de cambios en sus estructuras, convocó su próximo congreso para finales de 2009. Llama la atención que poco se habla en los medios de difusión sobre ese evento, y que Fidel Castro, aún su Primer Secretario, no haya dedicado ninguna de sus Reflexiones a este crucial acontecimiento.

Nadie puede estar de acuerdo con el apedreamiento de ómnibus, la destrucción de teléfonos públicos, el robo de las estructuras y los cables de las torres de alta tensión, ni el crecimiento desmesurado de acciones ilícitas y de la corrupción. Pero está claro que todo ese proceso de cuasi- anarquía en acelerado desarrollo responde a la existencia de una sociedad en descomposición, incapaz de ofrecer un futuro viable a los cubanos.

Al mismo tiempo que debe criticarse los hechos vandálicos, hay que subrayar que son parte de problemas sociales muy serios provocados por un sistema disfuncional. La población, especialmente la juventud, descarga su ira e impotencia de forma inadecuada, pero con un sustrato provocado por las propias autoridades.

También existen cientos de miles de jóvenes que no quieren trabajar para el Estado, porque no hay condiciones ni salarios aceptables en los centros laborales, lo cual ha reconocido hasta el Presidente Raúl Castro. Este problema, como los antes mencionados, no se puede resolver mediante la fuerza y la represión, sino a través de estímulos a las personas para que trabajen con confianza en el futuro.

Todo indica que ese criterio no es compartido por las autoridades que en las últimas semanas han desplegado operativos a nivel nacional contra el sector informal. Sólo en la ciudad de La Habana han impuesto 56.900 multas, clausurado 72 fábricas clandestinas y 31 talleres, y hasta han arremetido contra los vendedores ambulantes, muchos de ellos ancianos de escasos recursos, y los ¨buzos¨ o buscadores en los basureros de materias primas reciclables.

Indudablemente sería óptimo que todo el mundo trabajara legalmente, pero el Estado totalitario no lo permite, empeñado en controlar hasta el último resquicio de la sociedad cubana. Sería lógico crear a estas personas un marco legal para desarrollar sus trabajos, en el cual ellos se beneficiaran, ofrecieran bienes a la población y tributaran mediante impuestos.

Pero asistimos a un proceso que podría terminar con las aspiraciones de cambios del pueblo generadas por Raúl Castro, con el consiguiente incremento de la frustración de la población. Esta contrarreforma está haciendo crecer aún más los sentimientos contrarios al régimen, y podría transformarse en mayor anarquía y desobediencia social, para lo cual los dirigentes al carecer de autoridad moral, posiblemente tomarán el camino equivocado de ejercer mayor represión, en vez de comenzar las indispensables transformaciones que con urgencia requiere el país.

Autor: Óscar Espinosa Chepe (publicado en La Primavera de Cuba)