Somos cultos. Eso han dicho no pocos dirigentes y tarugos con la perenne inclinación a repetir todo cuanto aparezca en el guión del día. Hay personas que se lo creen. Para confirmar las tesis que dan por hecha la magna obra de haberse convertido Cuba en un emporio de sapiencia universal, muchos universitarios sacan sus diplomas de graduados, y si hace falta recitan de memoria las últimas consignas. Es cuestión de estar en concordancia con los compases de una realidad que el partido comunista dicta mediante leyes aprobadas por unanimidad.

Ser revolucionario es una asignatura primordial en el camino hacia las cimas del conocimiento. Según las reglas, no puede haber, al mismo tiempo, erudición y discrepancias ideológicas. A las cumbres del saber se llega con inteligencia y fidelidad a los postulados del partido. Un disidente culto es inconcebible.

El que diga que bajo el socialismo se han graduado cientos de miles de jóvenes, expresa una verdad irrebatible. Lo que no se puede tolerar es el convencimiento de que esos estudiantes son lumbreras capaces de hacer brincar del asombro a sus pares de la Universidad de Yale.

La grandilocuencia de las cifras se ha tomado como un parámetro para dar por sentado el éxito. Hay una mentalidad fabril apta para operar en cualquier área. Producir médicos, ingenieros, abogados. Cultivar agrónomos, periodistas, matemáticos, es una fórmula que tiene por base el perfil publicitario y por estructura dos pares de hipertrofiadas paredes con un techo de humo. Todo muy bello desde las páginas de la prensa oficial. En la concreta, mucho ruido y pocas nueces.

¿Cuántos universitarios, después de graduados, deben realizar otras actividades totalmente ajenas a la materia en la que invirtieron 5 o 6 años de estudio, a causa de la poca disponibilidad de plazas o la fatalidad de no contar con “padrinos” influyentes, ni con el dinero que compra y corrompe?

¿Cómo explicar desde una óptica formal y ajustada a mínimos parámetros de sensatez que primen las exigencias políticas por encima de los requerimientos académicos?
¿Es posible, en la era de la globalización alcanzar lauros de excelencia a escala masiva con apenas contactos con otras instituciones similares, y además contar con escaso acceso a herramientas tecnológicas, hoy transformadas en medios imprescindibles para dotarse de mejores conocimientos?

La crisis en la rama pedagógica es de dimensiones extraordinarias, sobre todo en el ámbito de la enseñanza primaria y secundaria, aunque los problemas también afectan a los centros universitarios.

Enseñar se ha convertido en un calvario. Poca plata y demasiadas obligaciones. Por eso el éxodo hacia empleos de menor calificación, pero más lucrativos. No es raro que un vendedor de dulces a domicilio perciba superiores retribuciones monetarias que un profesor universitario. ¿Puede haber calidad en la docencia ante tales disparates?

El mundo moderno se alista para entrar de lleno (en el 2015) a Internet de tercera generación. Eso en Cuba es lo mismo que hablar de asuntos intergalácticos. Para colmo, me enteré por el diario Juventud Rebelde. Una de las plataformas de papel donde el gobierno lanza sus dardos para cazar tontos útiles allende las fronteras y propinar bofetadas a los que todavía nos atrevemos a abrir sus páginas en intramuros. Allí, escondida en un rincón del periódico, la novedad.

Gracias a un poco de valor y perseverancia he podido ir saliendo de las cavernas. Valga decir que el garrote en el país que venden como un portento cultural está a la vuelta de la esquina. En esas geografías, Internet es una lejana referencia, un nombre oscuro y denso. Las universidades caen dentro de tales perímetros. Muchos de sus moradores siguen ciegos y sordos por prescripción del poder central. Saber más de lo debido es contraproducente. La cultura en Cuba tiene muchas costuras. ¿Desde cuándo el remiendo es una señal de magnificencia?

Autor: Jorge Olivera Castillo (publicado en Cubanet)