Cubanet
Cuando leí “La Visita”, de Frank Correa, en Cubanet, sufrí una pequeña conmoción, porque relataba lo que un amigo suyo vio en la sala de visitas de la cárcel de alta seguridad de Guanajay, provincia de La Habana, donde está encerrado desde hace un año el caballero Alfredo Felipe Fuentes.

Cumplió 60 años el pasado 26 de mayo, y cumple una pena de 26 por la consabida acusación de “atentar contra la Seguridad del Estado”, común al grupo de “la Causa de los 75” al que pertenece. Ya lleva más de seis años, cinco en la prisión de alta seguridad de Guajamal, a dos días de viaje desde su casa. “Ahora está mejor”, me dice su esposa, cerca de la casa familiar en Artemisa.

Alfredo es lo que se llama un “multi-tasking dissident”. Licenciado en Economía, perdió su trabajo en 1991, seis años después de empezar a tener serias dificultades en su centro por su condición de desafecto al régimen. Su formación en economía y espíritu empresarial le llevó a montar un modesto negocio de artículos de electricidad cuando el régimen permitió el trabajo por cuenta propia. En aquellos duros años, consiguió mantener a su familia y emprender una serie de proyectos cívicos por la democracia y los derechos humanos, un activista tenaz y sereno a quien el régimen quería fuera de la circulación. Fue miembro del Sindicato de Periodistas Independientes Manuel Márquez Sterling, del Consejo Unitario de Trabajadores Cubanos, fundador de la Biblioteca Independiente Emilio Maspero, de la Agencia de Prensa de Artemisa, del Centro No Gubernamental de DDHH y Cultura de la Paz José de la Luz Caballero y de una escuela de Instructores Públicos en DDHH; pero sobre todo, ha sido miembro muy activo en Artemisa del Comité Gestor del Proyecto Varela, para el cual consiguió tantas firmas que el hostigamiento hacia él y hacia su esposa se recrudeció. Con este curriculum, Obama lo habría fichado para su equipo.

Ha luchado siempre por encauzar sus propuestas y reclamaciones dentro de las leyes del país y trabajar a plena luz del día. No le interesaba la conspiración, sino implicar a la gente en sus proyectos. Es un auténtico creyente cristiano, algo que la España de hoy considera “conservador”.

Hace un año que Solidaridad Española con Cuba me lo asignó como “ahijado”, y desde entonces he recibido varias cartas suyas desde Guanajay. Su tono es siempre sereno y lleno de ironía por su situación, “humor kafkiano” lo llama él, “me queda la ropa que llevo puesta y un anillo de bodas como toda propiedad” comentaba en una ocasión. No menciona las horrendas condiciones en la que vive, ni sus problemas de salud porque no me diría nunca nada que me desagradara, su cortesía se lo impide y no me trata como si yo fuera una relatora de DDHH. Me habla de los sitios y monumentos que le gustan de Sevilla y Andalucía, y hechos históricos de mi tierra (¡sin Internet para comprobar datos!). Cuando le propuse tramitar su candidatura como “Hijo Adoptivo de Sevilla” por su erudición sobre la ciudad, me confesó la ilusión que le haría beneficiarse de ser miembro de la Sociedad Gastronómica Sevillana, dos honores que van juntos. ¡No ha perdido el apetito este gourmet! Le envié un librito de fotos de Sevilla que me asegura le han alegrado algunos ratos: “los patios sevillanos son lo más bonito del mundo después de mi esposa”, me dijo incluso arriesgándose a que yo me burlara. Pero a él no le importa, su amor por Loyda está por encima de todo y se siente libre de decir lo que piensa.

Una vez me pidió que donara un manual de gramática normativa del español, un manual de redacción y un diccionario de ideas afines, un artículo muy “elitista” y dísificil de encontrar en su medio. No se siente seguro con su español escrito después de tantos años de limitada lectura, aunque yo no le encontré ninguna falta ortográfica, más bien al contrario, tiene un estilo terso y fluido. Estos manuales que quería que donase los necesitaba para escribir sus recursos para una revisión de sentencia que quiere seguir enviando a los organismos internacionales (aún espera desde 2007 a que el Tribunal Supremo le dé respuesta), y para una serie de ensayos históricos y filosóficos sobre lo que ha ocurrido en Cuba. Después se mostró preocupado por obligarme a gastar el dinero y he tenido que decirle varias veces que a mi no me tiene arruinada la crisis, que gano un buen sueldo y que yo no tengo que sacrificarme para enviarle los libros. Aparte de una tobillera para poder hacer deporte, no me ha pedido nada más, sólo algunos documentos de las Naciones Unidas que no se encuentran en la biblioteca. En su extrema situación, se preocupa de si yo me gasto unos cuantos euros en él…

Me cuenta Loyda, que en la cárcel cambia artículos que no consume, como tabaco, por otros prácticos de aseo o escritura. A veces manda cosas a su propia familia, hace esquemas sintácticos para su hija y sus nietas que les ayuden en sus exámenes y sigue desplegando una energía como si comiera todos los días productos de primera y tuviera plena libertad. Sé poco de su rutina; sé que juega al ajedrez con sus compañeros de la Causa de los 75 (hay cinco allí) lee y escribe, trata de ver las noticias en los pocos momentos en que no ponen los partidos de pelota e intenta hacer ejercicio a pesar de sus problemas musculares y gástricos. Ha tenido problemas y molestias serias pero mantiene una salud física y mental fuera de lo común. En la cárcel lo respetan los carceleros, son de la zona y lo conocen de siempre. Aún así, cuánto tendrá que luchar…

Decidí mandarle más libros dado que su situación no tiene pinta de cambiar en los próximos meses (¡ojalá me equivoque!). Le envié el clásico de Viktor Frankl “El hombre en busca de sentido”, sobre su estancia en Auschwitz y la logoterapia. ¡Lo conocía y lo andaba buscando! Este señor lo ha leído todo, así que le envío títulos nuevos sobre temas a los que sus “torquemadas”, como dice él, no ponen ninguna objeción ni pondrían a su esposa en la situación desagradable de requisárselos.

“La quimera del 2029”, así llama él a su libertad a los 80 años. Ahora su esposa puede visitarlo con más frecuencia, cada 45 días, una visita familiar en esa misma sala que nos cuenta Frank, llena de presos comunes enfermos y un ruido infernal. Agradezco a Frank Correa por abrirme los ojos a una realidad que a la familia ni se le ocurre contarme porque su pudor y su dignidad están por encima de todo eso. Había leído cosas de otras cárceles, pero sólo podía imaginarlo.

Lo que yo le cuento, cosas que pasan en España y el mundo, le debe parecer “de ciencia ficción”, como me dice Loyda cuando le hablo de las nuevas tecnologías; pero él siempre agradece la información, cualquier tipo de información que él necesita como el comer.

Debo denunciar que aún no he conseguido que el Banco Popular de Cuba le entregue a su esposa ni una pequeña cantidad del dinero que he intentado enviar. Loyda se niega a cualquier subterfugio ilegal: “soy una ciudadana con los mismos derechos que los demás” me dijo.

Si algún director de banco lee esto, que se acuerde de Alfredo Felipe Fuentes cuando salga en libertad y exista la libre empresa en Cuba. Si le concede un microcrédito a este caballero, en unos meses habrá montado una rentable empresa con jornadas y salarios justos. En realidad, por cosas así de racionales empezó a luchar hace ya treinta años.
Autor: Maria Benjumea Alarcón, Solidaridad Española con Cuba