Álvaro Vargas Llosa
Las Damas de Blanco surgieron tras la Primavera Negra que llevó a la cárcel a 75 periodistas, bibliotecarios y activistas cubanos en 2003. Sus mujeres y hermanas iniciaron una campaña de protesta en La Habana, asistiendo a misa en la iglesia de Santa Rita de Casia, en el barrio de Miramar, cada domingo, y marchando luego por la Quinta Avenida vestidas de blanco y portando fotografías de sus seres queridos. A pesar del acoso de los matones del Estado, siguen desafiando al poder pacíficamente.
Durante la conversación, criticaron a los Castro con nombre propio. Explicaron que el gobierno ha enviado a sus familiares a prisiones remotas y describieron las horrendas condiciones en que los mantienen. Contaron, orgullosas, que los presos no han claudicado. Uno de ellos, Fidel Suárez Cruz, se enfrenta constantemente a sus carceleros por las privaciones de sus compañeros.
Leyva y Pollán deploraron la reciente decisión de la Unión Europea de levantar las sanciones políticas que limitaban los contactos diplomáticos e instruían a las embajadas europeas en La Habana a invitar a los disidentes a sus eventos. “Estas sanciones eran tímidas”, sostuvo Leyva, “y levantarlas incondicionalmente implica quitar la presión”. Pollán agradeció a la República Checa, Alemania y Suecia por su postura digna y se quejó del gobierno español por su rol en el levantamiento de las sanciones.
¿Qué hay respecto de las reformas de Raúl Castro que permiten a los cubanos adquirir teléfonos celulares, computadoras y electrodomésticos, y hospedarse en hoteles turísticos? Se hablaba incluso de otorgar tierras a los agricultores para que pudiesen cultivarlas a título privado. “Las reformas han sido congeladas”, dijo Espinosa. “El gobierno está persiguiendo a los cubanos que se ganan la vida con negocios ilegales. No hay reforma. Hay una contrarreforma.” Las autoridades han impuesto más de 50.000 multas y clausurado decenas de fábricas clandestinas.
En respuesta, ha habido incidentes de violencia. “En algunos lugares, existe una situación casi anárquica –según Espinosa–, con gente que arroja piedras a los autobuses, destruye teléfonos públicos y se roba cables de las torres de alta tensión.”
No hay forma de corroborar todos los datos, pero el Parlamento Europeo ha otorgado el Premio Sajarov a las Damas de Blanco por su coraje. Aun así, no han recibido el reconocimiento mundial que grupos similares cosecharon en otros países, incluidas las Madres de Plaza de Mayo en la Argentina. Esto se debe en parte a que el régimen cubano sigue en pie, lo que imposibilita acceder a toda la información y juzgar a los responsables de las atrocidades. Pero hay también abundante hipocresía moral. Muchos gobiernos, organizaciones internacionales e intelectuales tienden a asociar las causas vinculadas a los derechos humanos en Cuba con la política exterior de los EEUU y, en consecuencia, ningunean a las víctimas.
Caminando por la plaza Wenceslao, en Praga, me detengo frente a dos placas que honran a las víctimas del comunismo checo. Una de ellas está dedicada a Jan Palach, el estudiante que se prendió fuego en 1969 para impugnar la ocupación soviética. El mastodonte totalitario checo se desmoronó gracias a personas cuyos pequeños actos de rebelión tuvieron un efecto acumulado que superó su impacto inmediato.
Ese efecto sólo se hace evidente cuando el colapso del sistema crea un vacío moral que alguien debe llenar. En tales momentos, los países recurren a su reserva moral. La reserva moral, en el caso de Checoslovaquia, era el grupo de intelectuales conocido como la Carta 77. En 1989, pasaron de la ignominia al Castillo, sede de la Presidencia, en un abrir de ojos.
Esta constatación debería reconfortar a los periodistas, escritores y bibliotecarios cuyo encarcelamiento denuncian las Damas de Blanco desde hace cinco años. Ellos y sus esposas son la reserva moral de Cuba y un día de estos será evidente la enormidad de lo que están haciendo.
Autor: Álvaro Vargas Llosa (publicado en La Nación)