A qué espera Raúl Castro
Más de un año después de que Raúl Castro proclamara la necesidad de «cambios estructurales y de concepto» en la economía de Cuba; seis meses después de que el hasta entonces eterno segundón reemplazara a su convaleciente hermano en la presidencia del país y anunciara determinadas reformas, cabe preguntarse qué hay de todo aquello y dónde estamos ahora.
Aquí no ha cambiado nada y ha cambiado casi todo, según se mire. Empecemos por un repaso de lo que se ha hecho, lo que se ha anunciado y lo que no se ha llevado a cabo aunque se ha anunciado, insinuado o dejado caer.
El nuevo gobierno ha eliminado algunas prohibiciones incomprensibles –absurdas y excesivas según el propio Raúl- relacionadas con el consumo de bienes y servicios. Desde hace unos pocos meses, los cubanos con dinero -no muchos aunque más de los que tiende a pensarse- pueden alojarse en un hotel internacional, alquilar un coche, dar de alta un móvil y comprar un DVD o un ordenador sin conexión a internet.
Más importante: el ejecutivo ha empezado a distribuir tierras baldías en régimen de usufructo, por periodos renovables de 10 y 25 años, y a dar facilidades para proveerse de las herramientas necesarias en el trabajo agrícola. Todo ello en paralelo con una descentralización en la gestión del campo y a encomiables mejoras en el sistema de pagos a cooperativistas y productores particulares.
El perfeccionamiento de la producción agraria es hoy la prioridad número uno de un país hasta hace poco volcado en el monocultivo del azúcar y donde más de la mitad del territorio cultivable está sin explotar o invadido por ese enorme y voraz matorral llamado marabú; de un país que a pesar de su riqueza y posibilidades naturales se ve obligado a importar el 80% de los alimentos que consume, con el agravante de que su principal proveedor es precisamente Estados Unidos, en virtud de la correspondiente excepción al embargo.
Raúl y los suyos han declarado la guerra a la ineficiencia del transporte, con especial énfasis la renovación de las flotas y el combate del despilfarro de combustible por mala planificación. Los resultados son hasta ahora modestos en el sector de las mercancías aunque bastante apreciables en el de pasajeros dentro de ciudad de La Habana. Además, las autoridades han concedido licencias para que los particulares puedan ofrecer determinados servicios de taxi-bus.
El Gobierno ha anunciado en firme o echado a rodar interesantes proyectos legislativos en dos materias dispares: el sistema de pensiones, las cuales tratarán de asegurarse mediante un retraso en la edad de jubilación que palíe los efectos del envejecimiento demográfico, y el reconocimiento de derechos de los gais y los transexuales.
Raúl ha prometido adecuar los salarios a los niveles de producción y productividad de cada individuo en cada centro de trabajo, una medida que en este momento debería estar ya en el horno pero de la cual se desconocen por ahora los detalles.
Otras actuaciones económicas cruciales están ya anotadas para irlas aplicando a medida que la situación general mejore y lo permita, según Raúl ha explicado. En este capítulo de reformas pendientes sobresalen la eliminación progresiva de la doble moneda y la reducción de los «insostenibles» subsidios presentes en casi todos los servicios y en la «canasta básica» alimenticia.
En cuanto a las reformas insinuadas o avanzadas confidencialmente por dirigentes y funcionarios, destacan la supuesta pretensión de suavizar las restricciones a los viajes o la de liberalizar hasta cierto punto la compraventa de coches y casas. De vez en cuando se oye hablar asimismo, aunque con menos insistencia, de una posible ampliación de las licencias para «cuentapropistas» o autónomos que puedan montar pequeños talleres o negocios.
En un plano más político, es conocido el plan de adelgazamiento administrativo a través de una concentración de los ministerios por áreas temáticas. El nuevo presidente está empeñado en descentralizar la gestión de las empresas y los órganos del Estado, en reducir la burocracia y en combatir la corrupción en las esferas intermedias.
El Gobierno evita dar publicidad a las batidas que de vez en cuando se organizan contra los gestores corruptos que se pasan de la raya y quedan al descubierto. En más de una ocasión se han realizado detenciones masivas que han dado con nutridos grupos de delincuentes en la cárcel; no las suficientes, sin embargo, si se ponen en relación con lo que a diario vemos y lo que a menudo leemos en los medios oficiales y escuchamos de boca de las propias autoridades en cuanto a la preocupante extensión del robo a lo largo y ancho del país.
En política exterior, la diplomacia cubana lleva algunos años intentando diversificar sus relaciones internacionales para reducir la dependencia de Venezuela y de su petróleo, y para consolidar los excelentes vínculos que ya tiene con la mayoría de naciones de Latinoamérica, con Rusia y los Estados de la ribera del Caspio, con gran parte de África y con cada vez más países de Asia. La exportación de médicos y la construcción de hospitales es el principal activo y valor añadido de Cuba en términos de eso que en la jerga de la política internacional se denomina «amistad y cooperación» y que, traducido a la realidad, significa influencia y dinero.
En el ámbito de los derechos políticos, La Habana ha firmado importantes convenios internacionales sobre derechos civiles que pronto tendrá que ratificar y luego cumplir. También ha dictado la conmutación de la pena de muerte a los presos comunes actualmente condenados a ella: una medida de gracia que pesó en la reciente decisión de la Unión Europea de levantar sus sanciones diplomáticas contra Cuba.
¿Cómo se juzgan todos estos anuncios y medidas? Depende de quién hable. Por ahora, y como siempre ocurre con Cuba, sobran las opiniones extremas y escasean los criterios ponderados.
Lo ya hecho en estos meses atrás y sobre todo lo anunciado o esbozado por Raúl dan motivo para sostener que el nuevo gobierno está embarcado en una profunda aunque muy lenta reforma de los fundamentos económicos del sistema socialista cubano. Es, o más bien será si todo se lleva a cabo hasta las últimas consecuencias, el desmantelamiento del igualitarismo y de gran parte de la doctrina guevarista de los «estímulos morales».
Se trataría, dicho de otro modo, de una completa modernización de la estructura económica cubana mediante la incorporación de algunas ventajas del fomento de la iniciativa personal hasta ahora despreciadas por su olor a capitalismo. La implantación de un sistema de impuestos ahora inexistente en función de unos salarios ajustados al rendimiento del trabajo; el replanteamiento de algunos de los subsidios en concordancia con los ingresos del país y las necesidades de cada ciudadano; el impulso de la producción propia y la consiguiente reducción de la dependencia del exterior… Todo esto figura en la agenda que Raúl ha ido desgranando en sus últimos discursos, y no es moco de pavo.
Pero la lenta o muy limitada ejecución de los proyectos justifica al mismo tiempo las visiones menos optimistas y más críticas o por lo menos escépticas. Nadie le quita la razón a Raúl Castro cuando se pone realista, pide paciencia y subraya que él no tiene una varita mágica para cambiar de la noche a la mañana todo aquello que tiene que ser cambiado: las reformas de calado requieren tiempo, recursos y debate interno. Pero la falta de acciones o señales en los últimos tiempos y la no ejecución de cambios que hace cuatro meses se daban casi por descontados ha hecho cundir la sensación de frenazo.
Muchos se preguntan a qué espera el menor de los Castro para activar las medidas que parte de su propia gente considera inaplazables. Y las respuestas o hipótesis son diversas. Una de las más lógicas es la relativa a la falta del consenso interno imprescindible para llevar adelante los ajustes. Algunos sostienen que es el propio Fidel Castro el que continuamente acciona el pedal de freno. No faltan, entre éstos, quienes hablan de supuestos desencuentros políticos entre los dos hermanos. Pero hasta ahora nadie ha aportado pruebas de un pretendido conflicto de Castro contra Castro. Otra cosa es que, como un alto funcionario nos explicaba en tono instructivo hace ya unos meses, «es normal que determinadas reformas o cambios de muebles dentro de la casa no se hagan hasta que el padre de familia se haya ido».
Hay en el horizonte inmediato dos acontecimientos que los gobernantes cubanos pueden contemplar como los momentos adecuados para tomar decisiones y hacer anuncios. Uno es el cincuenta aniversario del triunfo de la Revolución el próximo 1 de enero, fecha que por su alto valor simbólico invita a los grandes gestos. El otro es la elección de un nuevo presidente norteamericano que, tras su toma de posesión en enero, deberá fijar sus posiciones respecto a Cuba. Barack Obama apuntó en su momento la posibilidad de entablar un diálogo directo con La Habana y no descartó un alivio del embargo en lo referido a los límites sobre los envíos de remesas y los viajes a la isla.
También será al filo del cambio de año cuando Raúl Castro designe nuevos miembros del consejo de ministros. A la reducción de ministerios ya sugerida por el nuevo presidente podría añadirse una relativa renovación generacional. Así se compensaría la sorprendente longevidad de los miembros del Consejo de Estado, cuya media de edad supera los 70 años.
En octubre de 2009, los mandatarios cubanos celebrarán por fin el VI congreso del Partido Comunista, organización a la que la Constitución cubana consagra como «fuerza superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta» todas las políticas. Teniendo en cuenta esta circunstancia y sin perder de vista los caribeños ritmos a los que aquí se mueven algunas cosas, no es descabellado pensar que una parte de los «cambios estructurales y de concepto» de los que Raúl habló el 26 de julio de 2006 queden pendientes de los correspondientes debates y resoluciones del congreso del PCC.
Como se ve, el calendario político de los próximos meses ofrece al Gobierno unos cuantos «momentos clave» de lo más oportuno para desencadenar acciones y decisiones que permitan mejoras en las condiciones de vida, los derechos individuales y las posibilidades de realización de los cubanos. Pero está por ver. Hay que recordar cómo ya en momentos anteriores, sin ir más lejos a finales del año pasado, observadores de dentro y de fuera hacíamos cábalas sobre los cambios que seguramente iban a sobrevenir con ocasión de éste o aquél aniversario, con las elecciones cubanas del 20 de enero de 2008, con el entonces posible pero aún no seguro relevo de Fidel, o con la renovación del Consejo de Estado en febrero pasado. Cambios hubo después de estas fechas, en efecto: vistosos unos y casi invisibles pero ciertos algunos otros. Pero ¿fueron tantos y tan profundos cómo se esperaba? ¿Lo serán en los próximos tiempos? La larga espera continúa en Cuba.
Autor: Fernando García (publicado en La Vanguardia)