No me avergüenzan
Quizás no comprendí las palabras del historiador Eusebio Leal en el finalizado congreso de la UNEAC. ¿Quién le otorgó el derecho a no avergonzarse? ¿Es de un cristiano incurrir en soberbia?
Porque si nos ponemos a pasar cuentas no terminamos nunca: ¿Cuál de los delegados al congreso de la UNEAC, cara a cara con Raúl Castro, pidió la liberación de los presos de conciencia que se corroen en las cárceles? ¿Cuál se atrevió siquiera a sugerir levemente un anteproyecto de amnistía general, que incluyera delitos comunes, sobre todo los que sólo son comunes en Cuba, como vender papel sanitario hotelero, café baracoense o gasolina estatal en bolsa negra?
Parece que no leí bien. Es imposible que un grupo de artistas y escritores tan valiente, capaz de desafiar a la mayor potencia militar en la sangrienta historia de la humanidad, haya sido incapaz de preguntarle al presídium o al opaco lugarteniente general sobre si las recientes medidas aperturistas son una aspirina, a pagar en moneda dura, ante el cáncer que padece la sociedad y la economía cubanas.
Debe de ser que yo formo parte de la conjura de las transnacionales de la información contra la joven y saludable revolución, contra sus apenas púberes líderes y ministros y dirigentes acabaditos de nombrar, como Machado Ventura. O que me apresuro demasiado, confundí un viejo danzón de 1959 con el ritmo rapero del 2008, confundí el significado de «revolucionario».
Porque no entiendo nada: ¿Cómo no soy yo, u otro que viva en el exilio, el que deja de avergonzarse de los Eusebio Leal y los considera tan cubanos como cualquier nacido en nuestro martirizado archipiélago? ¿Por qué el perdón debe venir de adentro o de afuera?
Tal vez haya adquirido un raro olfato, pero el Congreso me ha olido mal. Se ha cometido un daño contra la honradez, la dignidad y sobre todo el valor de escritores y artistas; contra la historia: Julián del Casal denunciando en La Habana Elegante al capitán general Sabas Marín, y mil ejemplos antes, después y ahora mismo.
¿Dónde están los actos de valentía?
Sin embargo, de donde no hay ejemplos que sacar es del amañado congreso que empezara con una loa al alicaído Comandante en Jefe. Ejemplos de verdad, al duro… Pero quizás tergiverso la información: ¿Acaso defender hoy la diversidad de géneros y de preferencias sexuales en Occidente, a los negros o a los católicos, no es una acción muy osada, terriblemente riesgosa? ¿Acaso pedir aumentos salariales y de derechos de autor no indica un vertical enfrentamiento al gobierno, al causante de la miseria?
No capto los implícitos. Mi optometrista me vendió espejuelos falsos. Miro y no veo actos de valentía en las intervenciones de los delegados, que a lo mejor han salido, han llegado a sus camas a comentar con sus parejas lo bien que estuvieron, lo templado que fueron una vez más. ¿Denunciar al Dalai Lama no es defender la soberanía de Cuba de la intervención extranjera? ¿Denunciar la cárcel en la base naval de Guantánamo no es solidarse con las Damas de Blanco y sus familiares que se pudren en las celdas de castigo?
Quizás las alusiones fueron de una sutileza digna de un criptólogo. Porque doy mi palabra de que siempre entendí que un congreso así, pagado por el gobierno, con los gobernantes dando el visto bueno y el malo a las intervenciones de escritores y artistas, sólo podría celebrarse en Cuba.
Y así creo que ocurrió, a juzgar por lo aparecido en la prensa y las declaraciones de los voceros: Pedro de la Hoz y Ciro Bianchi. A juzgar por el siempre transparente Granma. ¿En qué país democrático puede un gobierno o un partido único darle instrucciones a músicos, poetas y pintores? Se trata de algo verdaderamente insólito en América Latina, a valorar en cada una de sus ejemplares aristas. Regala un excelente espejo a nuestros colegas venezolanos, bolivianos, nicaragüenses y ecuatorianos.
El ex médico Carlos Lage —famoso por sus éxitos económicos— hasta aludió en su breve intervención al precioso, inestimable tiempo, que allí había consumido; a que estaba de acuerdo y en desacuerdo con mucho de lo planteado en las 13 comisiones. A este flamante juez —erudito en temas de estética y poéticas autorales— los delegados deben organizarle un homenaje digno de su generosidad para con el arte, y no un murmullo en el Salón Bucán, entre rones añejos y dados de queso con piña.
«Debo estar errado»
Pero debo estar errado o carecer de información puntual. Porque sin duda —como dicen por allá— Lage y Lazo y demás funcionarios fueron sometidos a un bombardeo de críticas, que comenzaron por cuestionar su eficacia como burócratas en tantos años de ejercicio de la dirección, en tantos años de cumplir órdenes.
Caramba, pido perdón de nuevo por mi escaso entendimiento de lo ocurrido en los días del aguerrido congreso. Nadie sabía que Miguel Barnet iba a salir elegido presidente para los próximos cinco años de la no gubernamental asociación. Nadie sabía que Alfredo Guevara arremetería contra el ICRT o que Graciela Pogolotti pediría que se consiguieran jóvenes para evitar la imagen de ser una institución vieja, dirigida por viejos, a su vez dirigidos por ancianos mentales.
Nada estuvo preparado de antemano, ni siquiera la cuota de mujeres, negros y gays. ¿Cómo se me pudo ocurrir semejante disparate? ¿Por qué negarle espontaneidad a documentos que no se parecen ni en las quejas a los discutidos hace diez años? ¿Quién es el intrigante que insinúa una astuta puesta en escena para legitimar a un gobierno impopular?
Vuelvo a las sentidas, nada cursis palabras de Eusebio Leal, tan cristianas como la automordaza a la revista Vitral o aquel Papa Borgia. Perdóneme la insolencia, debo ser un agente de la CIA o no querer lo mejor para casi todos los cubanos, estén donde estén, piensen lo que piensen. Pues no resisto la tentación de hacerle una pregunta, con el mayor respeto: ¿No serán sus hijos los que a lo mejor tienen más derecho que usted a perdonarle, a no avergonzarse de su padre? ¿O un padre no desea que sus hijos sean mejores?
Autor: José Prats Sariol (publicado en CubaEncuentro)