La verdadera razón para mantener los actos de repudio
Las imágenes captadas por los reporteros extranjeros resultan patéticas. En La Habana un grupo de personas ofende y arremete contra una pequeña manifestación conmemorativa por el día internacional de los derechos humanos. Una mujer golpea con una escalera manual la espalda de un activista. Un anciano huye de la turba. Los improperios son los de siempre. Descarados, asalariados del Imperio, mercenarios, etc. Es la fraseología aprendida después de intensas jornadas de batalla de ideas. Unos fornidos civiles instan con palabrotas a dar vivas al Comandante y hasta obligan a levantar la mano a la mujer detenida para dar a entender que la cosa no es con Fidel. Les tienen sin cuidado las cámaras que testimonian la realidad.
En Santiago de Cuba los hechos ocurrieron de manera más drástica. Allí no había prensa acreditada que recogiera imágenes de la entrada violenta al recinto de una Iglesia para escarmentar a los miembros de la agrupación Universitarios Sin Fronteras y hasta a los fieles presentes.
Los actos de repudio, en plena vigencia, forman parte del plan macabro del régimen totalitario. Sembrar el pánico entre participantes y espectadores ha sido propósito primordial de las Brigadas de Respuesta Rápida. Por una parte reprimir lo que ya es inevitable. Por otra diseminar entre la población la idea de que la lucha cívica, además de imprudente, resulta un esfuerzo estéril. El tercer cometido es dar la certidumbre de que el pueblo “indignado” enfrenta por iniciativa propia las manifestaciones contestatarias contra el sistema. Las fuerzas policiales y de la Seguridad del Estado asumen el papel de proteger a los agredidos de la ira popular. Cada vez que se produce el anuncio de una demostración pública es previsible la detención de la mayoría de los posibles concurrentes. Solamente unos pocos serán dejados en libertad para que queden expuestos a la furia de la jauría. El peligro de que la protesta prenda dentro del territorio nacional es escaso. El control absoluto de los medios de comunicación así lo garantiza. Cuando la noticia de lo ocurrido se difunda por las emisoras exteriores, ya el hecho será historia. Los protagonistas estarán detenidos o en sus casas.
Esta especie de escarnio público por el que ha tenido que pasar la mayor parte de la disidencia en Cuba, no sólo está diseñado contra ellos. Los vecinos y curiosos ocasionales son sus otros destinatarios. Los involucrados directamente, los participantes involuntarios llevados desde diferentes centros de trabajo y escuelas, así como los transeúntes casuales, sufren un trauma que puede tardar años en ser superado. No obstante para el victimario existen consecuencias. Algunos firmantes y activistas del Proyecto Varela, confesaron que fueron esos actos los que les hicieron conocer la verdadera índole que prima entre los que dicen defender la revolución.
Se impone de nuevo la vieja pregunta. Si la oposición constituyen un grupo insignificante, el gobierno tiene la fuerza de la razón, si en definitiva el sistema político cuenta con el apoyo mayoritario de la ciudadanía, ¿para qué los actos represivos? Ocurre que la gente sabe leer e interpretar. No importa que Granma acuda a los calificativos de costumbre. Los epítetos utilizados contra las Damas de Blanco y los periodistas independientes ya no son suficientes para ocultar el ascenso logrado por la disidencia. Las mujeres y familiares de los presos de conciencia han ganado paso a paso las calles vitales para el poder, esas que han sido declaradas patrimonio de los “revolucionarios”. Los periodistas, como en el caso del propio Darsy Ferrer, han ido ocupando el espacio que no pueden llenar los profesionales al servicio del gobierno. Con pocos recursos y mucho acopio de valor personal, dan a conocer la realidad que vive la población cubana. Ya se les distingue por lo que hacen. Antes todos eran conocidos como “la gente de los derechos humanos.”
No es extraño que en esta ocasión la prensa oficial reportara lo sucedido, claro que a su manera y desde su perspectiva. Forma parte de la soberbia gobernante. Tampoco pueden pretender ignorar la ocurrencia de estos hechos. Desde que por primera vez Fidel Castro admitió la existencia de “grupúsculos” a los que cuantificó de cuatro gatos, el número de estos es cada vez mayor y con tendencia a aumentar. Ni el exilio constante ni las severas condenas logran reducir la cantidad de aquellos que se comprometen en la lucha por la democracia.
Por eso no hay que desalentarse cuando se vean imágenes grises como las vividas este diciembre. Se sigue haciendo camino, aunque el avance parezca lento. Los jóvenes lograron recoger miles de firmas en demanda de libertades de expresión y por la reapertura de una universidad católica. Otra agrupación femenina culminó una campaña pidiendo una moneda única para todos los cubanos y el fin del apartheid de carácter monetario. El testimonio fílmico de Darsy sobre el estado de los hospitales recorrió las pantallas de muchas televisoras e Internet. Esas acciones tienen tanto valor como cualquier marcha. El activismo cívico, que difícilmente puede ser detenido ni doblegado por el temor, terminará por despertar las ansias de libertad de toda la nación. Por eso los gritos, los golpes y los insultos. El verdadero miedo está en los que se creen fuertes porque ostentan el poder.
Autor: Miguel Saludes (publicado en Cubanet)