Las Damas de Blanco y las turbas de Castro
Pocas veces en la historia pueden contemplarse tantas virtudes y tantos defectos humanos en el mismo instante, personificados en dos grupos de mujeres que se encontraron en la misma acera. Ocurrió el pasado domingo 20 en La Habana. Mientras las Damas de Blanco, dignísimas esposas y familiares de presos políticos cubanos injustamente encarcelados en marzo del 2003, caminaban pacíficamente por la quinta avenida de Miramar, fueron acosadas por una turba progubernamental que les hizo un «acto de repudio», con gritos e insultos incluidos. Ese «rebaño repudiante» de 200 fanáticas o farsantes fue debidamente juntado por la Seguridad del Estado y pastoreado por casi 50 agentes de paisano, que llegaron a cortar el tráfico para que el rebaño circulara mejor, cual perros pastores.
Esa manada fue expresión pura del concepto de turbamulta, de horda. Era una masa amorfa, sin personalidad, guiada y coordinada por profesionales de la agitación callejera.
Las Damas de Blanco frente a las turbas de Castro. Qué contraste tan grande entre unas y otras. Frente al decoro, el valor individual y la dignidad de las damas de blanco, la desvergüenza, la cobardía en masa y la hipocresía de las turbas de Castro. Mientras unas representan la tolerancia, la esperanza y la justicia, las otras simbolizan el fanatismo, el cinismo y el abuso. ¡Cuántas virtudes y cuántos defectos, caminando por la misma avenida! Y es que donde viven muchas mujeres sin decoro, algunas pocas tienen el decoro de muchas.
Lo dijo elocuentemente Laura Pollán, una de las más destacadas Damas de Blanco, bajo los atronadores rebuznos de las marionetas gritonas: «No nos vamos a dejar intimidar con estas cosas»; «ellas pueden gritar, pero gritan para afuera; nosotras gritamos con el alma: es nuestro corazón, que pide la libertad, no las hordas enardecidas ni mandadas cumpliendo órdenes». Las palabras de la esposa de Hector Maseda, condenado a 20 años de cárcel por ser un hombre justo y libre, llegan a todos los oídos limpios del mundo.
Nótese también el atropello numérico. A sabiendas de que suelen presentarse alrededor de 30 damas de blanco, cuando no son menos, el régimen mandó una turba de 200 vociferantes, guiadas, como ya hemos escrito, por 50 pastores-agentes. Echemos las cuentas: 250 títeres, entre unas y otros, frente a 30 mujeres dignas. Más de ocho marionetas por dama de blanco. Es porque saben que cualquiera de las Damas de Blanco vale tanto como una turbamulta castrista completa.
Ante este orquestado atropello, un «acto de repudio» colectivo que recuerda a tantos otros individuales realizados en el pasado, el ministro de Exteriores cubano, Pérez Roque, soltó varias perlas, entre ellas éstas: «Todo el que cometa una provocación debe saber que estas cosas ocurren»; «lo impresionante es que algunas provocaciones, aquí, no terminen peor».
O sea, que pedir la liberación de un esposo injustamente condenado a 20 ó 25 años por pedir firmas para un referendo o por escribir sin mandato es una provocación, que puede terminar peor, es decir, con una agresión. He aquí una descarnada amenaza a las Damas de Blanco. Lo que parece que tiene bastante roque el ministro Pérez Roque es su conciencia democrática.
El hecho es que el Gobierno veía, semana tras semana, cómo las Damas de Blanco se reunían para pedir la libertad de sus esposos, incluso osaban caminar por la calle, todas de blanco y en silencio. Eso es intolerable para un régimen basado en la apariencia de consenso absoluto. Para el Gobierno cubano no existen los opositores ni la disidencia. Sólo hay «mercenarios». No hay, en teoría, ni protestas ni descontento. Tan sólo actos provocadores, porque las calles, igual que la universidad, son de los revolucionarios.
Por eso han tratado de presionar durante estos dos años a todas y cada una de las esposas para que no acudan a su cita semanal. Esa es la forma preferida de actuar del régimen. La presión lateral o el chantaje. «No te estás portando bien. Acuérdate de tu esposo, que está enfermo». «Recuerda que tu marido lleva dos meses en una celda de castigo». No lo lograron, y las Damas de Blanco seguían yendo todas las semanas a su cita. Por eso su coraje es heroico. Porque la salud y la vida de sus seres queridos dependen de los carceleros ante cuyas narices piden su libertad.
Las Damas de Blanco han tenido otras victorias. Una insólita protesta cívica frente al Consejo de Estado cumplió sus objetivos. Éxito sin precedentes. Hace unos días las damas caminaron hasta entregar una carta a la asociación oficial de periodistas cubanos, pidiéndoles que cubran en la prensa lo que ocurre con sus esposos –ni siquiera sus nombres han salido publicados en Cuba–. Osado atrevimiento.
Todo eso se hace insoportable para el régimen. Están crecidas, y el Gobierno, un gigante con los pies de barro, se siente frágil. Saben que Cuba es un pajar lleno de heno seco, y cualquier llamita puede provocar un incendio. Por eso a alguien se le ocurrió que había que pasar al «acto de repudio».
Pero les ha salido mal esa jugada, ese grotesco alarde de fingido ardor revolucionario. Ha sido claramente contraproducente en el exterior y probablemente también en el interior. Las Damas de Blanco escribieron una carta a Fidel Castro donde le hacen responsable de su integridad física y el día 27 acudieron de nuevo a su cita semanal, esta vez sin la presencia intimidatoria del rebaño de marionetas y de sus pastores, a pesar de que habían prometido regresar.
¿Y ahora qué? La realidad es que, ante tanta dignidad, el Gobierno no sabe qué hacer. La calle es de las Damas de Blanco.
Un día antes del atropello contra las damas ocurrió otro hecho digno de mención. En el barrio habanero de Santos Suárez el médico Darcy Ferrer puso un mural gigante en la pared de su casa con fotos de varios presos políticos, también médicos, para rendirles homenaje. Eso sí son «timbales», y no los del célebre caballo de Espartero. Pasado el mediodía su casa fue atacada por una turba que rompió la verja, invadió la casa e hirió con palos y un cuchillo al valiente galeno. Una clásica felonía de una «brigada de respuesta rápida» que de espontánea no tenía nada, por mucho que se dijera después que los maleantes eran «vecinos».
Ante esta agresión, el ocurrente Pérez Roque nos regaló otra perla: «Si algún majadero provoca a sus vecinos debe saber que en algún momento perderán la paciencia y responderán a las provocaciones». Otra amenaza. El que provoque al Gobierno con cualquier tipo de acto pagará las consecuencias.
Con estas declaraciones, respecto a pacíficas protestas, el canciller cubano hace apología de la violencia. El más fiel subordinado de Fidel tan pronto amenaza a los opositores, como insulta a la Unión Europea u ofende nuestra inteligencia diciendo ante el mundo que en Cuba hay un Estado de Derecho y separación de poderes.
Ante el ejemplo de dignidad y nobleza que están dando al mundo las Damas de Blanco y otros opositores, las turbas de Castro –las brigadas de respuesta rápida o las acosadoras del acto de repudio– nos ofrecen un espectáculo bochornoso de cobardía e hipocresía camufladas en la masa. Y frente a esos mismos ejemplos de civismo pacífico Pérez Roque, impasible el ademán, ofrece amenazas, más cemento para el búnker y más cerrazón en las filas.
Dicen que al Comediante en Jefe –últimamente Cocinero en Jefe, por sus recetas de cómo cocinar los frijoles y el arroz–, ahora que regala ollas, «se le empieza a ir» la suya. Quizás por eso está nervioso Pérez Roque, o también porque sabe –no nos engañemos por su cara, que no es tonto del todo– que la olla cubana, aunque se cierre a presión y no tenga carne dentro, cada vez tiene más vapor y bulle con más fuerza. Ojalá cuando explote sea de forma pacífica.
Autor: Ricardo Carreras Lario